Virginia Yarur era la segunda y tenía 4 años cuando eso ocurrió. Fue el inicio de una historia que superó todo pronóstico y que la ha convertido por años en la principal amazona de Chile en adiestramiento ecuestre, con participación en los Panamericanos de Mar del Plata, Guadalajara, Toronto y ahora en Lima.
Está por un corto tiempo de vuelta en el picadero del Club de Polo y debe partir de regreso a Wellington, Florida, donde se ha instalado con sus cuatro caballos, Finn, E Rava, Invencible y Debussy. Es una actividad que sería totalmente solitaria si no contara con su entrenadora, Yvonne Losos de Muñiz, y Luis Pinto, quien por más de 20 años se encarga del cuidado de sus animales. Yarur es la única chilena que se mantiene compitiendo a nivel internacional en esta prueba. Con su metro 55 se yergue sobre un espécimen de 600 kilos y lo hace moverse a voluntad, en una danza que es pura precisión.
Cuenta que tiene una buena posibilidad para clasificar a las Olimpíadas de Tokio. Respira hondo y recuerda sus inicios: “Yo era una loca, y desde los 4 años quería estar siempre con los caballos. La única vez que dejé de montar fue cuando estaba esperando a mis hijos. Mi primer caballo se llamaba Kafrún, un caballo viejito, colorado. Una vez se enfermó, se lo llevaron, y nunca más supe de él. No tengo idea a dónde se lo llevaron y no quiero saberlo. Los papás, por cuidarte, no te dicen”.
—Mirando hacia atrás, ¿hay algún animal favorito?
—Tuve una yegua de salto, que se llamaba Rayén Malal. Con ella tenía un feeling increíble y era bien arriesgada saltando. Corría mucho, y cómo era chiquitita, agarraba velocidad, hasta que un profesor, don Tato Echeverría, me pescó y me dijo: “Usted, mijita, no salta más así”. Y ahí me enseñó a saltar con la yegua, para manejar los tiempos y decidir el momento en que la dejaba ir. Yo empecé a competir muy chica, a los 9 años, con caballos grandes. Me acuerdo de que a veces pasaba el salto uno y el caballo seguía corriendo y me demoraba dos vueltas en pararlo, y me eliminaban. Es que yo era un punto pequeño arriba del caballo. En esa época no existían ponys como ahora.
—¿Cómo se pasa al adiestramiento, que es tan complejo?
—Mi mamá tenía unos caballos de adiestramiento y uno de ellos era un poco difícil. Se empecinaba, no quería ir hacia un lado y te tiraba. Botó una vez a mi mamá, y entonces ahí ella me pidió que lo empezara a montar. Al principio se resistió. Me quedaba horas con él en la pesebrera sentada mientras comía. Y así nunca más me hizo nada. Gané campeonatos de adiestramiento con él, infantiles juveniles. Se llamaba Cristóbal. Mi mamá le puso así. Y uno de mis hijos se llamaba así, no me preguntes por qué. Ese fue el caballo que me llevó al adiestramiento.
—No es un deporte conocido…
—Fue innato, me gustaba estar con los caballos. Mi vida transcurría alrededor del club de Polo. Mi casa quedaba cerca, en Luis Pasteur, estudiaba en las Ursulinas. Y no solo tenía los caballos, porque mi mamá nos hacía ir a clases de ballet, de guitarra, de flauta, no parábamos, pero para mí los caballos fueron lo importante.
—Alguna vez explicó que “el adiestramiento es una danza, donde tu pareja es tu caballo”. ¿Qué hay que hacer para dominar así a un animal de 600 kilos?
—Es un proceso, que parte con una lista de etapas que va de la a hasta la z. Es por repetición, que una determinada señal que le das al caballo significa tal cosa. Consigues que el caballo se vaya poniendo elástico, que vaya formando más musculatura y pueda hacer ejercicios con más facilidad. En el fondo tienes que construir un atleta, porque es un caballo que no tiene la musculatura y le estás pidiendo un ejercicio de mayor dificultad. Si no lo haces bien, lo lesionas. Hay que hacer que confíe en ti. Hay que tener mucha paciencia.
—¿Cuál ha sido su peor caída?
—He tenido millones. Pero mi peor caída fue con un caballo que me botaba siempre, todos los días. Era de salto, y no sé qué le habrá pasado en su vida. Lo compramos en las carreras, pero si podía, se te tiraba encima. Era peligroso. Y una de esas veces estábamos en este mismo picadero y corcoveó; me botó, caí y me fracturé el tobillo. Estaba el suelo y él parado, parado encima de mí, con sus patas delanteras en alto. Me levanté, quise correr y ahí sentí que no tenía la pierna en el lugar. ¡Terrible!
—¿Cómo se recuperó?
—Justo había un traumatólogo, me vio en el suelo y me sacó la bota al tiro, porque imagina lo que es sacarte la bota cuando ya se te inflama el pie. Y es divertido porque venía entrando mi mamá, mirando y yo estaba en el suelo. Tenía 18 años. El caballo se llamaba Proscrito. Yo le puse ese nombre cuando lo compramos, porque vi en ese tiempo una película en que un caballo se llamaba así y una niña lo domaba. Pero este fue indomable. Lo vendí.
“Le hablé al caballo y se calmó”
—¿Cómo evalúa su paso por Lima?
—Quedé súper contenta. Llevé un caballo más joven, E Rava. El primer día quedé novena, pero el segundo día él me corcoveó en la prueba, lo paré, lo controlé, pero perdí tres ejercicios, porque él quería correr. No me puse nerviosa, dije: “bueno, ya, estoy en esta situación y tengo que seguir”. Con la cabeza fría, le hablé y finalmente se me calmó.
—¿El caballo es algo impredecible entonces?
—Puede pasar, es un animal, con vida propia. Y lo que pasó fue que hacía frío ese día, y él tenía ganas de jugar, saltar. No es que hiciera algo malo. No lo podía tocar con las piernas porque me daba un salto. Y no puedes enojarte, hay que mantener la calma. Después me lo dijo una peruana: “Estás en Lima y pasa porque es frío húmedo”. Yo calculé con mi entrenadora el tiempo de calentamiento que usamos siempre y fue poco. Entonces, si lo montaba 15 minutos más, no me pasaba. Pero ¿cómo sabes que el caballo va a estar así? No se puede predecir.
—¿Se topa en las competencias con Eve Jobs, la hija de Steve Jobs, que practica salto?
—No, porque son actividades diferentes, con horarios distintos. Primero está el adiestramiento y después el salto. Al equipo chileno, incluso, lo vine a conocer en Lima, porque yo competía afuera.
—¿Y con los representantes chilenos de equitación tuvo algún contacto, hubo alguna celebración?
—Yo terminé de competir y me vine a Chile. Generalmente a los ecuestres nos mandan más lejos de donde se desarrollan las otras competencias. Yo nunca he estado en la Villa Olímpica, porque me gusta estar al lado de los caballos, y no puedo estar viajando dos horas todos los días. Por cualquier cosa tienes que estar cerca. Por eso tampoco voy a la Villa, porque estoy muy vieja para ir (riendo)…
—¿Cómo así?
—¡Si son puras niñitas de 18 años! Te ponen en piezas comunes, y yo, ya no estoy para eso. He compartido en actividades oficiales con el team. Desde que compito siempre he admirado a los deportistas que van. Admiré de siempre a Erika Olivera, a Tomás González, son lo máximo. Se han sacado la cresta. Claro que no hay ninguno de los cabros que están compitiendo que no hagan un sacrificio, de entrenamiento, de alimentación.
—¿Usted también ha hecho sacrificios?
—Soy mamá de 5 hijos y me tengo que ir a estos viajes, tengo que estar allá y acá. El más grande tiene 31. Uno de 25, que está en Londres, otro de 21 que está en la casa. Los chicos son de 13 y 10 y tengo que estar encima de ellos todo el rato. Ahora es más fácil, con los whatsapps del colegio, y no se me va una. Desde donde esté compitiendo, estoy encima de mis hijos.
—De las potencias de la equitación, ¿cuál es su referencia?
—Estados Unidos, que no vino a estos Panamericanos con los top top, con los que me encuentro en Wellington. Ellos fueron a Europa. En Estados Unidos, la figura es Laura Graves. Es otro nivel.
—¿En qué se reflejan las diferencias?
—En el primer Panamericano al que fui, el 95, en Mar del Plata, casi me caigo de espaldas cuando veo llegar al equipo de Estados Unidos. Siete camiones. Nosotros veníamos en un camioncito de Chile, todo destartalado, rezando para no les pasara nada a nuestros caballos, y estos llegaban en avión, y de los camiones bajan cosas del herraje, todas con cortinas las pesebreras; y aparece el veterinario, el fisioterapeuta. Es como la NASA, otro nivel. Por eso tuve que ir a competir afuera y la Yvonne, mi entrenadora, me ayudó a dar el paso.
—¿Cómo la conoció?
—En Guadalajara. Ella es del mundo. Nació en Kenya, vivió en Nairobi hasta los 15 años. La mamá es alemana y el papá, polaco. Tiene nacionalidad canadiense, pero está casada en República Dominicana, entonces compite por República Dominicana. Un enredo. Por eso, cuando me dicen de dónde es la Yvonne, tengo que dar toda esta explicación. Ella monta maravilloso y es súper buena entrenadora. Me enseñó a montar de verdad. Empezamos el 2012. Y fue un salto grande, porque me enseñó a sentarme en el caballo, me enseñó técnica, y eso no ha terminado, porque uno sigue aprendiendo todos los días. En este deporte, cada caballo es diferente, y el desafío es permanente.
—¿A quién admira?
—Mi ídola máxima es Isabell Werth, de Alemania. Y sobre todo a Carl Hester, inglés. Siempre me gusta verlo montar. Mi entrenadora es íntima de él y un día se fue a entrenar con Hester y me llamó y me dijo: “Vente”. Y yo, obvio, partí. Estuve como 15 días en su casa, en Birmingham. Lo que más gusta de él es que jamás lo ves maltratando a un animal. Nada es a la fuerza. Jamás te va a permitir que un caballo esté sufriendo o tenga un dolor.
—¿Ocurre eso?
—Absolutamente. Ves muchos jinetes que montan con mucha fuerza. Se nota que el caballo está forzado. Los jueces, cuando te ponen las notas, también lo ven. El caballo tiene que andar relajado. A mí una vez me bajaron una nota porque mi caballo estornudó.
—¿Quién sigue su huella en Chile?
—Estamos lejos de lo que pasa afuera. No hay posibilidades de viajar y competir en el extranjero. No es barato. Afortunadamente tengo a mi familia detrás, que me apoya, y por eso los nombro siempre. No tendrían por qué financiarme. Mis padres saben el sacrificio que hago, que es en serio, que no voy a tontear afuera. Pero muchas veces, hay gente que tiene recursos para desarrollar este deporte, pero no quiere invertir en una carrera internacional, entonces se queda acá. Y tú necesitas medirte con los otros. En adiestramiento soy la única, en el salto salen más.
Fuente: Emol